Conoce cómo impacta nuestra emocionalidad en la salud mental de nuestros hijos, es decir, cómo a pesar de una base biológica, el contexto es determinante. La mayoría de las condiciones socioafectivas de los hijos provienen de sistemas familiares disfuncionales. Esto significa que el contexto es determinante. Pedagogía Sana lo ha comprobado: es posible la sanación de niños y jóvenes con algún tipo de disfuncionalidad, si cuentan con una familia que quiera reestructurarse socioafectivamente, es decir, armar conciencia de que el niño no es el problema, sino que eso es responsabilidad directa del sistema familiar.
Vivimos en una sociedad que de alguna manera acepta la tristeza, el dolor y las condiciones de desamor y el autoengaño, es decir, existe una adaptacion a esas condiciones de vida. Se puede afirmar que somos presos de sistemas afectivos inflexibles y rígidos, pues nos han enseñado que debemos vivir para responder a los deseos de una sociedad y no para ser fieles con nosotros mismos.
Eso explica que encontremos parejas (en el matrimonio) que en realidad no quieren convivir, con las que se sienten mal, con las que no son compatibles y en las que se ha creado un vínculo de codependencia y no de amor genuino; igualmente, empleos que no agradan y que desmotivan; o quienes se proponen expectativas tan altas que los llevan a luchar con una utopía. Mientras tanto, la vida se desmorona, pasa en el tiempo y se genera una actitud pasiva y sumisa, como borreguitos, pues los miedos no los dejan actuar y sacrifican su felicidad.
Muchas veces, se vive una vida inconforme. Como consecuencia, a los hijos también se les ofrece una vida inconforme. En este sentido, encuentro niños y jóvenes que hablan de sus tristezas y de sus sufrimientos; chicos que se sienten huérfanos afectivos, pues no se sienten escuchados. Me refiero escuchados en su dimensión amplia, o sea, que seamos capaces de transformar en la totalidad las condiciones de su infelicidad. A medida que crecen, estos chicos saben que las relaciones de sus padres son caóticas y sienten a sus padres tristes, desorientados, a quienes se les acabó el amor por su pareja y viven, según ellos, una fachada. Estos chicos detestan estas fachadas. Cuando los jóvenes son conscientes de todas estas situaciones reaccionan, dejan de ser sumisos y se llenan de rabia al saber que deben ser parte de todo este teatro, según sus palabras. Es claro que todos tenemos una personalidad bonita, esa que muestra nuestra verdadera esencia: la de la nobleza, el amor, la creatividad y la alegría. Pero cuando no estamos plenos surge ese “niño herido”, que por temor se adhiere a contextos no deseados, en los que nos sentimos encarcelados y no vivimos esa libertad que realmente necesitamos.
Lo anterior se refleja en expresiones dolorosas que muchos adultos refieren. Por ejemplo:
- ¿Qué hago? Yo no me voy a separar de mi esposa. No me siento bien con ella, pero es que esa es la mujer que me tocó.
- No me separo de él (o de ella) porque la (lo) veo muy débil y siento lástima.
- He sido infeliz por mucho tiempo, pero tengo temor de una separación por mis hijos; solo ellos nos une; es la codependencia no es el amor sincero.
- Me siento infeliz en este trabajo, pero me da miedo renunciar.
A veces, los niños cuentan cómo uno de sus padres (papá o mamá) es consciente de la personalidad tóxica de su pareja y, a pesar de saber que es un padre o una madre que hace muchísimo daño y que no quiere cambiar para sanarse a sí misma y de esta manera sanar a sus hijos, expresan que así es ella o él y que el hijo tiene que aceptarlo y punto.
Desde ya les ponemos una lápida afectiva a nuestros hijos, no les enseñamos a vivir con dignidad porque si hoy debo estar con una madre o un padre que no me ama y me causa tanto dolor (cuando saca todas sus frustraciones en mí) como voy a lanzarme seguro al mundo y tener dignidad con la sociedad que también me quiere aplastar. Los jóvenes de hoy día se niegan a vivir en el autoengaño al que sus padres los quieren someter. Por eso se revelan y expresan opiniones como: “toda mi vida mis padres me explicaban que no debía decir mentiras y ahora que crecí me di cuenta que ellos eran los primeros en mentir, pues vi que nunca se querían y ese desamor lo proyectaban en mí”.
De igual manera, manifiestan cosas como: “me he sentido triste, ansioso, sólo durante toda mi vida, no sentí un vínculo estrecho con mis padres, fui preso de las eternas peleas, cantaletas y neurotismos de ellos. Ahora, después de grande, me ven desvinculado de ellos y quieren tener comunicación conmigo. Pues quiero decirles que ahora soy yo quien tiene dignidad y no quiere nada con ellos”. Algunos de ellos quieren escapar de su contexto familiar. Una manera de hacerlo la encuentran cuando terminan la secundaria y expresan su deseo de estudiar en el exterior. La mayoría de los padres que tiene la posibilidad de ofrecerles esta oportunidad, siente orgullo por la decisión, pero no se percatan del verdadero objetivo existente.
No es odio, es dignidad. Textualmente me dicen: “no me importa su dinero ni su herencia; la única herencia que yo quería era su amor desde niño”. Esto quiere decir que la comunicación que NO se estableció de niño, es muy difícil establecerla en la adolescencia.
No podemos ofrecer lo que no nos ofrecemos a nosotros mismos. Si vivo desdichado y frustrado, lo único que quiero es escapar e, infortunadamente, a veces terminamos pasándoles nuestras frustraciones a nuestros hijos, es decir, causándoles gran daño. Infortunadamente, muchos de estos jóvenes, sobre todo los que padecen algún trastorno de salud mental, entre ellos el TOC, al haber crecido en contextos muy rígidos, inflexibles y controladores se vuelcan contra el padre o la madre. Esta insatisfacción puede trascender a contextos en los que van a retar la norma y evolucionar hacia trastornos de conducta como el trastorno por oposición negativista desafiante, el trastorno disocial y que otros que son las bases del trastorno antisocial (psicopatía).
Sin embargo, muchos padres no reaccionan porque no pueden ver la situación o la niegan. Lo grave es que los niños son quienes llevan la peor carga, sin embargo, los adultos son quienes se victimizan. Este tipo de padres se niegan a dejar de vivir en el autoengaño y se adapta a esta disfuncionalidad. Lo triste es que arrasan consigo a sus hijos, quienes luego les pasan la cuenta de cobro.
Cuando un papito despierta y tiene humildad, es muy bonito ver cómo empieza a luchar y a restaurar todo el daño causado. En mi experiencia, con la propuesta de Pedagogía Sana, he tenido la satisfacción de llevar a la sanación a cientos de familias, lo que implica la restauración de los vínculos afectivos y la superación del trastorno de sus hijos. Como consecuencia, la construcción de proyectos de vida armoniosos.