Durante un extenso periodo de tiempo, científicos han investigado el desarrollo infantil en las áreas motriz, lingüística, comunicativa, psicológica y social, permitiéndonos un acercamiento al proceso y maduración biológica del ser humano. Hoy en día entendemos al ser humano como un ser multidimensional, capaz de desempeñar diversos roles y funciones a lo largo de su ciclo vital, sin embargo, a veces subestimamos aspectos importantes como las etapas que debe cumplir para desarrollar a plenitud su potencial dentro de la sociedad. Autores como Jeanette Cerdas y Marielos Murillo en su artículo denominado “El desarrollo del lenguaje en los primeros cuatro años de vida: cómo favorecerlo desde la cotidianidad del espacio educativo”nos hablan de la importancia de conocer aspectos del desarrollo para comprender el proceso infantil en diversos contextos, en este caso dentro de un ambiente escolar. Los autores en mención indican que es necesario comprender los sucesos que acontecen antes de que el ser humano desarrolle su lenguaje, refiriéndose de esta forma a la etapa prelingüística, que diferencia cuatro elementos integrantes: desarrollo perceptivo, desarrollo cognitivo, afectividad, formatos y primeras intenciones (Dimensión funcional).
Según las bases teóricas, el ser humano desde sus primeras etapas de desarrollo posee diferentes mecanismos de percepción denominados inputs, para captar las sensaciones del mundo y responder en función de supervivencia. A medida que el niño crece y su sistema neurobiológico madura, agudiza sus sentidos (visual, auditivo, olfativo, gustativo, vestibular, táctil y kinestésico) para responder a aspectos de interacción y adquisición de habilidades. Hacia el primer mes de vida, el niño usa su percepción visual y auditiva para asociar y reconocer rostros y voces de cuidadores inmediatos, fundamentalmente de su madre; poco tiempo después, emergen los primeros procesos cognitivos para desarrollar aspectos relacionados con atención selectiva, sistematicidad y abstracción, necesarios durante su primer año de vida y experiencia de contacto e interacción con su medio. Los autores Cerdas y Murillos (2017) afirman:
“La atención selectiva se manifiesta desde el nacimiento, a través de una predilección hacia la voz y los rostros humanos, encontrando en las madres respuestas a los movimientos, gestos, y llanto, etc. del niño con lenguaje y miradas, comportamientos que forman parte de un diálogo a partir del cual se desarrollan los intercambios comunicativos.
Las actividades dirigidas a un objetivo comienzan desde temprano cuando los niños utilizan los medios que tienen disponibles para lograr fines (chupar, mover la cabeza, fijar la mirada, etc.), otorgando a la madre intencionalidad y significado. La siguiente facultad cognitiva es la sistematicidad, habilidad con la que se organiza la actividad del niño en situaciones frecuentes y repetidas, de esta forma aprende el orden en que se producen los acontecimientos y emite vocalizaciones para obtener un resultado. Por lo anterior, genera esquemas anticipatorios de las acciones y palabras cuando simultáneamente aprende a inferir intenciones. Bruner propone la abstracción como otra facultad cognitiva, encargada en brindar las reglas que gobiernan el mundo perceptivo del bebé y estructuran las acciones del niño en búsqueda de objetos permanentes. De esta forma el niño posee una capacidad cognitiva que se define como la base de los intercambios comunicativos con el adulto, así se va apropiando de los sistemas simbólicos y las herramientas necesarias para la adquisición del lenguaje.
Según Aguado (2000), otro componente vital en la etapa prelingüística es la afectividad, elemento que le permite al niño expresar sus necesidades básicas, relacionadas con la alimentación. Las formas comunicativas del bebé suponen la percepción, desde muy temprano, de un entorno humano social con intenciones y capaz de interpretar sus necesidades. La madre hace lectura de los estados y expresiones del niño y responde creando un sistema afectivo de comunicación. Este sistema permite la interpretación de gritos, llantos, vocalizaciones, para las que el adulto habrá propuesto qué quiere que signifiquen. Una de las características más notables de este medio de comunicación es el empleo por parte de los padres de una entonación universal (característica del habla infantilizada) cuya función es facilitar el acceso a las palabras, el mantenimiento de la atención y de las respuestas emocionales.
El último aspecto, formatos y primeras interacciones, corresponde a la dimensión funcional del lenguaje. El concepto de formato lo define Bruner como “una pauta de interacción estandarizada entre un adulto y un niño, que contiene roles demarcados que finalmente se convierten en reversibles” (Aguado, 2000); es el procedimiento comunicativo más eficaz que crea el adulto y el niño antes del surgimiento del lenguaje.
Los formatos se construyen en un proceso de dos pasos básicos: 1) La madre, a partir de un contexto cognitivo supuesto, se dirige al niño como si tuviera creencias, intenciones y deseos, 2) el lenguaje del adulto se dirige hacia el mundo mental del niño y da por supuesto que el niño hace lo mismo; estos dos acontecimientos repetidos permitirán la anticipación de uno u otro elemento de la rutina y con ello de la construcción en la mente del niño de supuestos reales sobre el mundo interior del otro, sus intenciones y deseos.”
Esta percepción de intenciones es vital en la adquisición del lenguaje, ya que hace posible que el niño entienda qué hay detrás de las palabras y con ello se inicia la construcción de significados. En suma, el niño con un año de vida adquiere habilidades lingüísticas en una medida considerable antes de producir verbalización. (Cerdas, J. & Murillos, M., 2017).
Con base en el contenido anterior, es importante mencionar que las habilidades descritas son fundamentales para el desarrollo de lo que solemos llamar expresión oral, y no deben ser pasadas por alto. Desde el primer mes de vida, el ser humano busca representar su lenguaje con intención comunicativa, incluso si aún no realiza producciones orales. Para explicar en detalle las etapas y el proceso de la expresión oral en los niños, se comentará la etapa lingüística, que suele aparecer entre los 12 y los 18 meses, cuando emerge la primera palabra caracterizada por reduplicación silábica. Por ejemplo: /mamá/ /papá/ /tete/ /tata/ /pio-pio/ /guau-guau/ /nene/, suelen aparecer en función de designar, expresar y ordenar, en ocasiones, dependientes de un escenario y/o contexto para comprenderlas.
Es aquí donde te sentirás identificado porque seguramente tu hijo/a utiliza la misma palabra para referirse a varios objetos, esto no debe causar preocupación y para que vaya integrando vocabulario son necesarios diversos procesos: 1) Debe distinguir el objeto en un contexto con su respectiva función. 2) Reconocer que por más que cambie físicamente el objeto seguirá llamándose igual, 3) Las palabras designan los objetos estén o no presentes. Ej: un vaso, seguirá siendo un vaso en cualquier lugar e independiente de la forma/figura/color o demás atributos físicos, así mismo, ni su función ni su nombre cambiarán, aunque no se encuentre presente.
Diversos investigadores hablan de la aparición de una “explosión léxica” con una ventana de tiempo extensa que suele ir de los 13 a los 25 meses aproximadamente, el niño en este periodo de tiempo busca expresarse a partir de una sola palabra para referirse a una solicitud. Ej: “aba” por “agua” para manifestar “quiero tomar agua”, sin decir exactamente la frase, así mismo, integra las denominadas “palabras funcionales” para referirse a necesidades u objetos: “más”, “aquí”, “allá”, “quiero”, “dame”, “sí”, “no”. Según la investigación de Moreno (2009), alrededor de los 2 años, los niños cuentan con una estructura silábica simple de vocal y consonante, y hasta los 3 años aproximadamente, alcanzarán un habla similar a la del adulto, sin embargo, pueden cometer procesos de simplificación fonológica caracterizados por omitir algunas sílabas y/o cambiar algunos sonidos en las palabras sin alterar completamente la estructura del mensaje, mientras logran estabilización.
Entre los 2 y 3 años, los niños por lo general aprenden a combinar dos o más palabras, copiando estructuras de su entorno próximo, también su habla clara depende de cómo los padres o cuidadores se comuniquen con ellos, pues son su modelo verbal más próximo e imitarán todos los rasgos percibidos, incluyendo pronunciación de sonidos, entonaciones, organización, conjugación de verbos y uso de reglas gramaticales.
Hacia los 18-24 meses, los niños comienzan a secuenciar expresiones aisladas. Ej: /nene/ /vao/ por /nene vaso”, aquí pueden llegar a emplear artículos determinados de género (el/la), indeterminados (un, uno/una) y verbos sin conjugación.
Entre los 24-30 meses integran frases por lo general de 3 elementos, comienzan a ampliar sus repertorios gramaticales e integran pronombres posesivos para referirse a objeto. Ej: “el gato mío”.
Entre los 30-36 meses, suelen estabilizar el uso de pronombres personales y artículos determinados de género, adicional a realizar preguntas con relación a lugar y tiempo. Ej. ¿Dónde está el gato? o ¿Cuándo sale el sol?
Entre los 36 y 42 meses, las frases ganan mayor extensión, se inquietan por los nexos conectores y suelen ser más recursivos en sus producciones sintáctica integrando “y” y “o”.
Entre los 42-54 meses, comienzan a integrar uso de adjetivos, adverbios, pronombres, preposiciones, además de lograr conjugar verbos según tiempo gramatical. Su avance dependerá de los modelos verbales en su contexto y su iniciación en el proceso de lecto-escritura.
Como hemos visto en la información publicada anteriormente, los seres humanos somos personas que constantemente desarrollan y dominan habilidades. El lenguaje hablado es un sistema de comunicación que se difunde culturalmente y se adquiere de forma natural, mientras que la lectura y la escritura son habilidades que deben ser aprendidas bajo un modelo de enseñanza explícito. En la actualidad es conocida la relación existente entre la lengua hablada y la lengua escrita, ya que ambas comparten un mismo sistema, de aquí la importancia del desarrollo de la lengua oral como medio fundamental para el acceso al aprendizaje de la lengua escrita.
En sistemas alfabéticos como el español, en los que la escritura representa la estructura fonológica del habla, el éxito del aprendizaje lecto-escrito implica que el niño sea capaz de reconocer los componentes sonoros de su lengua. A lo largo de las últimas décadas, muchos estudios han demostrado el papel de las habilidades de conciencia fonológica en la adquisición y en el desarrollo de la lectura y la escritura, así como en la explicación de sus dificultades (Bradley & Bryant, 1983), (Arnaiz, Castejón, Ruiz & Guirao, 2002).
La conciencia fonológica es la habilidad metalingüística que permite reflexionar sobre el lenguaje oral y hace referencia a la habilidad para identificar, segmentar o combinar de modo intencional, las unidades subléxicas de las palabras, es decir, las sílabas, las unidades intra silábicas y los fonemas. Jiménez (2009) la define como la habilidad para reflexionar de manera consciente sobre los segmentos fonológicos del lenguaje oral. Por lo anterior una de las principales tareas a las que se enfrenta el alumno consiste en comprender el principio de codificación, es decir, que las letras (grafemas) funcionan como señales de los sonidos (fonemas) del habla, lo que conlleva la necesidad de desarrollar habilidades de conciencia fonológica en sus distintos niveles, habilidades necesarias en el aprendizaje del código escrito.
Tradicionalmente, se han señalado en nuestra lengua dos unidades fonológicas: la sílaba y el fonema. La sílaba es la unidad que puede ser producida y percibida directamente de forma aislada, mientras que el fonema es una unidad más abstracta y que requiere de un entrenamiento específico para su identificación. Según Defior (2004) existiría una secuencia universal en el desarrollo de la conciencia fonológica que iría desde las unidades más grandes a las más pequeñas.
Treiman (1991) propuso un modelo jerárquico, que incluye tres niveles en el proceso de adquisición de la conciencia fonológica, usualmente conocidos como: la conciencia silábica, conciencia intrasilábica y conciencia fonémica (Bizama, Arancibia & Sáez, 2011; Defior & Serrano, 2011). Estos niveles incluyen diferentes unidades subléxicas (sílabas, rimas y fonemas).
- La conciencia silábica es entendida como la capacidad de segmentar, reconocer o manipular conscientemente las sílabas que componen una palabra.
- La conciencia intrasilábica se refiere a la habilidad para segmentar las sílabas en sus componentes de rima.
- La conciencia fonémica corresponde con la habilidad para segmentar y manipular las unidades más pequeñas del habla, lo que conlleva a darse cuenta de que las palabras habladas están constituidas por unidades sonoras discretas o unidades mínimas no significativas (fonemas).
En todos estos niveles, las capacidades de segmentación permiten que los niños comprendan la relación entre el lenguaje hablado y escrito, facilitando así el proceso de decodificación y codificación a medida que comienzan a aprender códigos escritos. La competencia en conciencia fonológica depende de la habilidad para manipular diferentes elementos del lenguaje hablado. Considerando la importancia de la conciencia fonológica y su relación directa con la adquisición del proceso de lectura y escritura, se pueden obtener distintas conclusiones:
A los 4 años, un niño debe comenzar a realizar tareas orientadas a fomentar la toma de conciencia de las unidades silábicas de las palabras debido a que esta habilidad favorece el acceso a la etapa silábica de la escritura.
A la edad de 5 años, se debe fomentar el desarrollo de la capacidad para manejar la unidad más pequeña de la palabra (fonema), dado que esto facilita la adquisición de todas las etapas en el proceso de construcción del sistema de escritura. Por este motivo, se recomienda dominar previamente las habilidades fonéticas de las unidades principales (sílabas y elementos intrasílabos) del lenguaje hablado.
A los 6 años, se consolida el proceso de construcción de la escritura a través de la práctica continuada de situaciones lúdicas con manejo del lenguaje oral, junto a la realización de diferentes tareas de lenguaje escrito de uso social, orientadas a expresar mensajes con corrección, adecuación, coherencia y eficacia en diferentes contextos y situaciones comunicativas.
Por tanto, según la investigación de Raúl Gutiérrez Fresneda (2018), se considera que el rango de edad entre los 4 a 6 años, es un momento óptimo para la enseñanza de la lengua escrita, debido a que en este periodo el aprendiz se encuentra en perfectas condiciones para apropiarse del código escrito, pues es aquí cuando se produce una mayor relación entre las distintas habilidades que favorecen la conciencia fonológica y el proceso de adquisición de la escritura.
Dado que los conceptos propuestos anteriormente son la base del proceso de alfabetización, introduciremos los niveles de desarrollo de la lectura y escritura, que son las diferentes etapas por las que atraviesan los niños en el proceso de aprender a leer y escribir. En 1979, Emilia Ferreiro y Ana Teberosky los estudiaron por primera vez en su libro “El sistema de escritura en el desarrollo infantil”. Aunque el proceso de adquisición de la lectura y de la escritura son aparentemente similares, guardan diferencias descritas a continuación tal y como lo manifiesta Rodríguez (2018) en su artículo: “niveles de lectoescritura: etapas y sus características”.
Niveles de escritura
Etapa concreta
Esta etapa ocurre cuando un niño aún no comprende la función de la escritura o la forma de las letras en absoluto, pero quiere comenzar a imitar la forma en que expresa el texto que vio en sus mayores. Por lo tanto, si intenta imitar letras cursivas, tiende a dibujar una línea sólida con una forma y una curva diferentes. Por el contrario, si desea imitar la letra imprenta, dibujará formas que no están conectadas entre sí. Cabe señalar que los dibujos que los niños realizan en esta etapa no tienen nada que ver con las palabras o letras reales que están tratando de representar.
Etapa presilábica
En esta segunda etapa el niño ha aprendido a reproducir algunas letras, pero todavía no conoce cuál es su significado. Sin embargo, ha comprendido que cada una de estas representa un sonido diferente y tratará de plasmar esto en su escritura. Entonces, utilizará distintas combinaciones de las letras que conoce para representar palabras distintas, pero como todavía no conoce lo que significa cada una de estas, lo hará al azar, pudiendo utilizar una sola letra para representar incluso sílabas o palabras completas.
Etapa silábica
En este nivel, el niño todavía no sabe exactamente qué sonido representa cada letra, pero intentará usar los sonidos que conoce para representar una sílaba específica para inferirlo. Por ejemplo, podría pensar que “m” siempre se pronuncia como “me” o “ma”. Por lo tanto, en esta etapa, podrá dividir las palabras en sílabas y aproximarlas por escrito, pero aún no ha dominado la relación entre lo que escribe y el sonido que pretende expresar.
Etapa alfabética
Cuando el niño descubre qué sonidos representa cada letra del alfabeto y puede combinarlos adecuadamente, se llega a la última etapa. A partir de este momento, el único problema que encontrará estará relacionado con la ortografía, no con el proceso de escritura en sí.
Niveles de lectura
Los niños pasan principalmente por tres etapas cuando están aprendiendo a interpretar textos escritos: presilábica, silábica y alfabética. Cada una de estas se caracteriza por la presencia o ausencia de dos aspectos fundamentales a la hora de entender palabras o textos escritos.
El primero de estos, es el aspecto cualitativo. Se refiere a cómo se interpretan los sonidos de cada una de las letras, el niño que domine este aspecto será capaz de identificar cuáles son las letras que forman las palabras, cuál es su sonido y en qué orden están presentes. El segundo aspecto es conocido como cuantitativo. Tiene que ver con la forma escrita de la palabra; por ejemplo, con cuántas letras la forman y si su representación gráfica es de larga o corta extensión.
Así, en la etapa presilábica el niño no domina ninguno de los dos aspectos. Al entender el cuantitativo, avanzaría hasta la etapa silábica, mientras que la alfabética se alcanzaría cuando sea capaz de comprender ambos aspectos.
Etapa presilábica
El primer nivel de la lectura surge cuando se le pide a un niño que interprete el significado de una palabra o un texto escrito, pero no es capaz de dominar ninguno de los dos aspectos anteriormente mencionados. Así, el niño se inventará el significado de lo que está escrito, o directamente defenderá que no tiene ninguno. La imaginación es el componente principal que utilizan los niños para interpretar las palabras escritas en esta etapa. Por ejemplo, nos podríamos encontrar con explicaciones como que las palabras largas son nombres de objetos grandes, y las cortas de objetos pequeños.
Etapa silábica
Esta segunda etapa se alcanza cuando el niño ha comprendido el aspecto cuantitativo de la lectura; es decir, cuando logra diferenciar principalmente el tamaño de la palabra escrita. Como todavía no comprende el significado de cada una de las letras, el niño deducirá que una palabra larga representa cualquiera de las que ya conoce.
Por ejemplo, si ve escrita la palabra “automóvil”, podría interpretar que significa cosas tan dispares como “pescador” o “pelícano”. Lo mismo ocurriría con las palabras cortas. La principal diferencia entre este segundo nivel y el primero es que el niño intentará leer la palabra, en ocasiones tratando de seguir las sílabas con su dedo. Así, aparece por primera vez la intención de interpretar el texto escrito en lugar de simplemente inventarse el significado.
Etapa alfabética
Una vez que el niño ha dominado los aspectos cualitativos de la lectura, puede comenzar a distinguir y explicar las diferentes letras entre sí. De esta manera, puede intentar leer lo que ha escrito por primera vez. A partir de este momento, es solo cuestión de tiempo que los niños adquieran la capacidad de leer.
Expuesta la información anterior, es posible concluir con la importancia de conocer a detalle los estadios del desarrollo infantil relacionados con el lenguaje y como este al pasar el tiempo se va consolidando de forma tal que permite al ser humano, no solo adquirir un código oral (Habla), viso-gestual (Señas), si no también escrito (Lectura y escritura) para intercambiar pensamientos, ideas, e incluso manifestar necesidades comunicativas, necesarias para desenvolverse con un rol social dentro de un determinado contexto. Es de vital importancia no solo conocer estas etapas, sino también entenderlas para asimilar el proceso de desarrollo en los niños sin entrar a interferir en su adquisición. Una vez que entendamos esta información, también aprenderemos a estimular cada habilidad de acuerdo a la edad, e identificaremos señales de alerta en su proceso, con el fin de tomar acciones oportunas y potenciar las habilidades de nuestros hijos.
Jessica Alejandra Giraldo González
Fonoaudióloga – Universidad del Rosario
Myriam Constanza León Caipa
Fonoaudióloga – Universidad Nacional de Colombia
REFERENCIAS
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Arnaiz, P., Castejón, J. L., Ruiz, M. S. y Guirao, J. M. (2002). Desarrollo de un programa de habilidades fonológicas y su implicación en el acceso inicial a la lecto-escritura en alumnos de segundo ciclo de educación infantil. Educación, desarrollo y diversidad, 5, 29-51.
Bizama, M., Arancibia, B. y Sáez, K. (2011). Evaluación de la conciencia fonológica en párvulos de nivel transición 2 y escolares de primer año básico, pertenecientes a escuelas vulnerables de la Provincia de Concepción, Chile. Onomázein, 23(1), 81-103.
Bradley, L. & Bryant, P. (1983). Categorizing sounds and learning to read: a causal connection. Nature, 301, 419-421.
Bruner, J. S. (1975/76). “From communication to language: a psychological perspective”. Cognition, 3, 255-287.
Cerdas, J. and Murillo, M. (2017) “El desarrollo del lenguaje en los primeros cuatro años de vida: cómo favorecerlo desde la cotidianidad del espacio educativo,” Revista Electrónica Leer, Escribir y Descubrir: Vol. 1 : Iss. 2 , Art. 3.
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Jiménez, J. E., Naranjo, F., O’Shanahan, I., Muñetón, M., Rojas, E. (2009). ¿Pueden tener dificultades los niños que leen bien? Revista española de pedagogía, 242, 45-60.
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