El sistema educativo está presente en gran parte de la vida de los niños. Por eso, la responsabilidad de la escuela en la autoestima de los niños es tan trascendental.
En la mayoría de los países, los niños se despiertan muy temprano para poder cumplir con una jornada escolar que inicia en las primeras horas del día y termina a mediados de la tarde. Una vez llegan a casa, sus profesores, materias y responsabilidades siguen presentes hasta la noche, cuando por fin logran terminar una larga serie de deberes escolares.
Usualmente, resaltamos la importancia de la escuela, pues es el lugar donde nuestros hijos adquieren gran parte de los conocimientos que en un futuro les permitirá ingresar a estudiar en una universidad y posteriormente conseguir un trabajo. Sin embargo, esta visión tradicional debe ser reevaluada, pues también se trata del espacio en el que entablan sus primeras amistades, se encuentran con sus pasiones y reconocen sus sueños. Esto hace que el sistema educativo sea clave no solo para su desarrollo intelectual, sino que también para su crecimiento socio afectivo y humano.
Así pues, la escuela no puede seguir ignorando las necesidades afectivas de los niños que pasan por sus aulas. No basta con que se preocupen por educar a los mejores ingenieros, filósofos o médicos; es necesario que se comprometan a formar personas emocionalmente sanas, auténticas, empoderadas, capaces de reconocer sus sueños y felices. Estas son las verdades bases para una vida plena y realizada.
Infortunadamente, estamos viviendo un nivel de inconsciencia muy profundo y vemos unos contextos de salud emocional en nuestros niños y jóvenes y en nosotros mismos bastante precarios, inclusive, dolorosos porque estamos presos de la ansiedad, de la depresión, de las adicciones, de los trastornos de conducta y de condiciones como el cutting; en resumen, de baja autoestima. Sin embargo, queremos tapar el sol con un dedo y nos negamos a direccionar nuestra atención a los más sublime que tenemos: el amor propio. Estamos empeñados en fortalecer a nuestros niños solo en la “cabeza”: los llenamos de contenidos, de tareas, de cursos, de clases monótonas y desmotivadoras. Por eso, ellos encuentran más magia en YouTube, aunque con espíritus vacíos y desconectados de su amor propio.
Es clave reconocer que los adultos son los responsables de la construcción emocional de los niños. No es raro ver chicos supremamente inteligentes cognitivamente, pero destrozados afectivamente debido a que esas interacciones con los adultos fueron castradoras, juzgadoras y de permanente comparación. Como consecuencia, encontramos niños que sufren sus procesos escolares y viven permanentes situaciones de desamor, en palabras de ellos: – Me comparan con mis compañeros de clases.
– Me gritan, me miran mal.
– Me dicen que soy bruto porque no copio igual que los demás.
– Me amenazan.
– Me castigan y, la verdad, muchas veces no entiendo la razón.
– Si cometo una falta, me ponen delante de mis compañeros para que me avergüence.
Como adultos, no somos conscientes de que todas esas amenazas quedan registradas en el inconsciente de nuestros niños y luego van a formar personas con “niños heridos” dentro, cuyo cúmulo de memorias negativas salen en forma de problemas de salud mental. Pero igual, nuestro ego, inconsciente y perdido, se ufana porque fueron destacados académicamente y, a lo mejor, serán excelentes profesionales; sin embargo, con vidas tristes y vacías, es decir, cargando con los traumas de la primera infancia. Por eso observamos una especie de epidemia, un mundo destrozado emocionalmente. En esta línea, encontramos a muchas empresas invirtiendo grandes sumas de dinero en técnicas, métodos, cursos, conferencias y cientos de estrategias para tratar de sanar a sus trabajadores, de mejorar el famoso “clima laboral”, de mejorar las relaciones y la eficiencia, entre otros.
Pero la realidad no tiene puntos intermedios, pues aumentan los adultos perdidos en el desamor, frustrados, temerosos, codependientes, mendigando amor y mostrando mil máscaras para tapar su cruda realidad. La vida nos está subiendo el volumen para que podamos volcarnos a nuestro interior. Es hora de escuchar nuestra voz interior y de poner un alto al sufrimiento, pues nuestros niños merecen esta protección emocional, lo que significa, entre otros, respetar su autenticidad y permitirles su construcción como seres plenos y felices.
Martha Lucina Hernández
Creadora de Pedagogía Sana